Los pampas, el pueblo originario

muy lejanos tiempos ocuparon la región central de la actual provincia de Buenos Aires.
Hacia los inicios del siglo XIX el pueblo pampa se dedicaba a la caza, la pesca, al tejido, utilizaba boleadoras y lanzas para su defensa y supervivencia, y el caballo era su medio de transporte. La falta de bosques y la presencia de sierras hicieron que trabajaran la piedra, por lo que fue propia la fabricación de boleadoras.
Esta era una de las zonas más pobladas por los aborígenes dado que el agua era aquí permanente por los arroyos Azul y Tapalqué, las vertientes de las sierras y las lagunas. Además, las inundaciones no los afectaban por la proximidad de las sierras a las que recurrían como refugio, y nunca les faltaba el alimento dado que lo obtenían de la caza de guanacos, liebres, perdices y venados, entre otras de las numerosas especies que habitaban estos suelos. Ya habían abandonado el milenario vestir con cueros, y en ese momento se cubrían con ponchos de lana y unían a sus vestidos joyas de plata.
Militarmente estaban organizados: la base de esta fuerza eran los aborígenes de pelea, quienes formaban unidades al mando de capitanejos, y éstos obedecían al cacique que era el jefe de la tribu.
Azul fue un hito en la historia de la dura pugna entre la expansión al interior sureño del mundo blanco y la resistencia de los pueblos autóctonos en el marco de la avanzada de frontera. La colonización del territorio por los blancos se tradujo en enfrentamientos y malones aunque también con el tiempo en frágiles acuerdos y treguas.
Sólo por excepción algunos cristianos al tomar posesión de la tierra indígena les aseguraban el alimento y en lugar de someterlos supieron conquistarlos, hasta que las invasiones de araucanos liderados por el cacique Calfucurá volvieron a despertar en los pampas el deseo de conservar los dominios de sus antepasados milenarios, surgiendo entonces los indígenas amigos y los enemigos de los blancos.
En torno a la Fundación del Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul los caciques más relevantes de la región eran Juan Catriel (“el Viejo”) y Juan Manuel Cachul, amigo del anterior.
Luego de una etapa de enfrentamientos, por contar con las garantías pactadas que salvaguardaban a su tribu, en 1856 se consolidó un acuerdo entre el general Manuel Escalada y el cacique Juan Catriel el cual permitió la paz y hasta un asentamiento indígena en el pueblo (el actual barrio Villa Fidelidad).
En esta época también contribuyó a la pacificación y al acercamiento de los pampas la actividad comercial que se había intensificado por la reciente presencia de pulperías: los naturales producían con el trabajo de los cueros de vacunos, nutrias y venados maneas, riendas, lazos, bozales, estribos, látigos y ponchos que cambiaban, en la forma de trueque, con los blancos por manufacturas, azúcar, armas como puñales, facones y lanzas, utensilios y cuchillos, lana para sus tejidos en telar, y caballos.
Finalmente, como solía suceder, Juan Catriel se incorporó a las tropas nacionales y más tarde lo hizo su hijo Cipriano, quien fuera asesinado por su hermano Juan José Catriel tras luchar contra Calfucurá.